domingo, 20 de noviembre de 2016

Re-trozos

Soy un trozo en el camino del metro. Un trozo de piel con órganos dentro que camina a paso de tortuga desde la calle de Aluche a la Plaza Castilla. No distingo entre si lo que cuelga de mis huesos es lisonja de piel pudriéndose o simplemente una mano cerca al bolsillo derecho. Yo solo camino, lloro también. Mis cabellos largos tapan mi rostro, así la gente evita escandalizarse con mis lágrimas, así el grupo de amigos de al frente no cuchichean de mis ojos rojos. Pero llorar es inevitable, hacerlo se ha vuelto una costumbre y una especie de alivio. El metro vendrá en diez minutos. La máquina de mierda me absorberá junto con otros pasajeros y nos llevará al calvario de todos los días; cada pasajero con su propio destino final, con su propio calvario. Es inevitable calmarme aunque mis ojos han dejado, en cuestión de segundos, de estar rojos, pero, interiormente, va progresando la desazón. A medida que los minutos pasan, todo aumenta: la adrenalina de mi corazón, el azucar en mi cuerpo y la pesadez en mi cabeza. Es como si al final de la parada me esperase mi verdugo con un cuchillo afilado. Cinco minutos. Veo rostros, entre ellos algunas bocas sonrientes o quizás unos labios indiferentes a cualquier estímulo ¿Estaré analizando? también creo que he perdido la noción de analizar, de observar. A mi alrededor hay mucha gente, gente con la que mis ojos coinciden con los suyos por micro segundos y me hace sentir ligeramente acompañada. 
Hoy, Andrea llevará la bufanda roja de siempre, Mauricio, los zapatos de viernes: la encrucijada de una rutina inalterable. Y mi rutina es subir las escaleras, cojer el móvil y devolverlo ahímismo, esperar el metro, llorar y finalmente la cúspide de una vida monótona...percatarme que no hay nadie a lado mío. 
Ya no hay acompañantes los fines de semanas, ni planes los viernes por la noche, ni escapadas al centro social de la ciudad. Me he ido de aquello y aquello se ha olvidado de mí.
Un minuto. Falta tan poco. A pesar de vivirlo siempre, la llegada del metro causa una incertudimbre en mí pues me pregunto siempre ¿Cómo será hoy al salir del metro? ¿Seguirá siendo la soledad mi único refugio? ¿U hoy debo buscar otro refugio? Mientras lo averiguo, voy subiendo al tren.