lunes, 4 de julio de 2016

Recorridos

Ha pasado más de un mes en una tierra nueva, en un continente del que nunca, quizá, me interesé por saber nada más de lo general...¡y, un mes! quién lo diría. Día a día tengo la nostalgia a flor de piel. Cada embarcación zarpando parece llamarme a regresar. De alguna forma no quiero irme de aquí, que lo mejor sería quedarme. Pero el sol no caliente aquí como allá y nuevamente vuelto a la nostalgia ¿hice bien en irme? una vez más la duda regresa. De alguna forma aquel fantasma de años vuelve y atormenta. Me hace añicos el corazón con el recuerdo y su forma no la llego a captar ¿Que será de él? nuevamente él.
Creí que yéndome a otro país, aquello no me perseguiría. Pero dulce espectro me sigue, puede transportarse de un lado a otro. Necesito volver a verle, que mi mente aún lo mantiene en cautiverio, que no suelo olvidar cada encuentro en la escalera de un instituto. Un fantasma que tiene los ojos color selva y el cabello castaño.
Antes solía inspirarme, no paraba: Una inspiración constante a la edad de quince años.
Me gustaría saber si la ultima vez que lo vi aquella mirada significó algo. Me alegró la noche, soñar con esos ojos de niño escondido. "Un alma perdido entre rinocerontes y cometas de papel" solía llamarse a sí mismo. Yo me pregunto ¿podía leer mi corazón al verme? esa conexión nunca la volví a sentir.
Ahora tengo dieciocho. Estoy apartada de mis ocios, sacada de la cuna y retirada de mis muelles de los sábados por la mañana.
Las sensaciones de Lima se esfuman de a pocos. 
Recorro, nuevamente, unos cimientos de años. Y él aún persiste. Me vuelvo a disiparlo pero la duda de qué hubiera sido al  hablarnos queda y no acabará.
Miraflores por la noche es una imagen en  sepia y agua. Y él se va.